viernes, 8 de noviembre de 2024

Inundaciones en Valencia, el Silbato de la Conciencia


El eco de las botas sobre el césped, la euforia de las gradas, la tensión de una jugada… el fútbol, un bálsamo para muchos, un escape de la realidad. Pero ¿qué sucede cuando la realidad golpea con la fuerza de un desastre natural? En las recientes inundaciones que azotaron Valencia, esta pregunta resonó con una intensidad particular.

Por un lado, la vida sigue su curso. El mundo no se detiene, ni siquiera ante la tragedia. El fútbol, como cualquier otra actividad, genera empleo, entretenimiento y cohesión social. Suspender una liga entera podría tener repercusiones económicas significativas para clubes, jugadores y ciudades. Y es cierto, la vida debe continuar, pero ¿a qué costo?

Por otro lado, está la humanidad. Las personas que lo perdieron todo, que viven el dolor de la pérdida, que luchan por reconstruir sus vidas. En este contexto, ¿es ético continuar con una actividad que, si bien es importante, no es esencial? ¿No sería más apropiado mostrar solidaridad, empatía, y posponer momentáneamente el espectáculo para centrarse en la emergencia?La ética, en este caso, se convierte en un terreno movedizo. No hay una respuesta sencilla, ni una fórmula mágica. Cada persona, cada club, cada aficionado, tiene su propia visión y sus propias prioridades. Pero es innegable que la decisión de jugar o no en medio de una tragedia pone de manifiesto valores profundos, como la solidaridad, la empatía, el sentido de comunidad.

La literatura nos ofrece múltiples ejemplos de cómo el deporte, y en particular el fútbol, refleja los valores de una sociedad. Pensamos en el fútbol como un microcosmos de la vida, donde se enfrentan pasiones, ambiciones y desigualdades. En este sentido, la decisión de jugar o no tras las inundaciones de Valencia es un reflejo de cómo se valora la vida humana frente a otros intereses.

Con el poder de convocatoria que el balompié tiene, el silbato del árbitro, en este caso, se convierte en un símbolo. ¿Debe sonar para dar inicio al partido o para llamar a la reflexión? La respuesta, como hemos visto, es compleja y depende de múltiples factores. Pero una cosa es cierta: el fútbol, más allá de ser un juego, es un espejo de nuestra sociedad. Y como tal, tiene el poder de generar debates, cuestionamientos y reflexiones profundas sobre lo que realmente importa.

En definitiva, el dilema que plantea el fútbol en medio de un desastre natural nos invita a preguntarnos: ¿Qué tipo de sociedad queremos construir? ¿Una sociedad que prioriza el espectáculo o una sociedad que pone a las personas en el centro? La respuesta a esta pregunta nos ayudará a construir un futuro más justo y solidario.

Pero, la respuesta a esta pregunta no es sencilla y no admite una respuesta única y definitiva. Cada uno de nosotros, desde nuestra propia perspectiva, debe sopesar los argumentos y llegar a una conclusión personal. Lo que sí es cierto es que este tipo de situación nos invita a reflexionar sobre el papel del deporte en nuestro entorno y sobre los valores que queremos defender. El fútbol es mucho más que un juego. Es un reflejo de nuestra sociedad, de nuestros valores y de nuestra humanidad. Y en momentos como este, es nuestra responsabilidad asegurarnos de que ese reflejo sea digno de nosotros… Pero, tal como escribió Fernando Savater en su libro “Ética para Amador”: << Nadie es capaz de dar lo que no tiene, ¿verdad?>>



miércoles, 30 de octubre de 2024

Un patio de juegos en La Castellana

#JuegoProfundo


El fútbol, a veces, se empeña en regalarnos noches que trascienden lo meramente deportivo. La victoria del Barcelona en el coloso de Paseo de La Castellana, en el estadio Santiago Bernabéu fue una de esas. La pelota, esa esfera que encierra sueños y pasiones, rodó alegremente, impulsada por los pies menudos y corazones exultantes de los niños de la Masía que se apropiaron del templo merengue y cual kindergarten, lo transformaron en su gigantesco y alegre patio de juegos.

Niños con nombres que hasta hace poco eran desconocidos para el gran público, niños con nombres que suenan a futuro, a promesa, a ilusión, se pasearon por el césped madridista con la soltura de quien juega en su propia casa, La Masia, esa cantera que tanto ha dado al fútbol mundial, volvió a demostrar su inagotable caudal de talento. Lamine Yamal, con su desparpajo adolescente, Cubarsí y Casadó, con la inocencia de quienes descubren un mundo nuevo, y Pedri y Gavi, veteranos precoces, almas antiguas en cuerpos jóvenes, pintaron el marcador con colores azulgranas acompañados de Lewandowski, con su experiencia y olfato goleador, y de Rapinha, el brasileño que ha superado todas las expectativas en esta temporada, con ellos, han completado la fotografía de un triunfo contundente e indiscutible.

Hansi Flick, con su discreción y su pragmatismo, ha insuflado un nuevo aire al Barcelona. Un equipo con aire alemán, pero con chiquillos de la Masia que juegan bien, muy bien a la pelota. El “tiki-taka”, esa esencia que ha identificado al club, se ha fusionado con la intensidad y la precisión germánica. El resultado es un equipo que combina la belleza del juego con una efectividad implacable.

Por supuesto, aún queda mucho camino por recorrer. La temporada es larga y la competencia es feroz. Pero por ahora, podemos permitirnos el lujo de soñar. De alegrarse de este equipo joven y ambicioso, de estos niños que juegan al fútbol como si fuera recreo del primer día de clases. No sabemos si este proyecto alcanzará la gloria de un campeonato, pero lo que es indudable es que estamos asistiendo al nacimiento de algo grande. Un equipo joven, atrevido, que juega con una alegría contagiosa. Un equipo que nos hace soñar.

Por ahora, toca disfrutar. Disfrutar de estos niños que corren tras la pelota como si no hubiera un mañana. Disfrutar de su talento, de su pasión, de su valentía. Disfrutar de un fútbol que nos devuelve la ilusión. Hansi nos ha llevado del “tiki-taka” al “flicki-flacka” y parece que el Barça ha encontrado una nueva identidad sin perder su esencia. Y eso es lo que más nos gusta y nos divierte. Porque el fútbol, al final, es eso: un juego. Y estos jóvenes nos han recordado que lo más importante es divertirse.

Como decía Antoine de Saint-Exupéry en El Principito: “Todos los grandes hombres han sido niños alguna vez. (Pero pocos de ellos lo recuerdan)”. En el césped del Bernabéu, el Barcelona nos recordó que el fútbol es, ante todo, un juego de niños. Y que los niños, cuando juegan, son capaces de crear magia. Hoy, el futuro parece brillante.